En el lanzamiento del nuevo texto "Ritmos del equilibrista" se mostró como pretexto una reseña del taller en las carátulas de varios de los libros y revistas publicados con la intención de hacer pedagogía en torno a la escritura en el municipio de Apartadó. Evento realizado en la ciudadela educativa.
A continuación una muestra del recorrido del taller de escritores "Uraba escribe"
A continuación el texto leido el el lanzamiento de "Ritmos del equilibrista":
"Peor que la censura, incluso peor que la quema de libros, esla negligencia hacía la literatura, el no leer literatura. No se trata del destino de la cultura. Se trata del destino del ser humano. La poesía, el lenguaje de la literatura, es el único instrumento que tenemos para comprender y comunicar nuestras
experiencias y emociones más profundas. Sin este lenguaje, las personas ya no podrán comunicar lo que yace en lo más profundo de su ser. El único lenguaje que nos queda es el lenguacorporal, que es por definición violento.”
JOSEPH BRODSKY, Premio Nobel - Literatura, 1987.
Es bueno que sucedan libros y en torno a ellos ocurran los escritores, sin embargo, es equilibrante que discurran los lectores, porque entre ellos fluyen otros mundos e imaginarios; esa parte que ni siquiera se avizoró en la mente del escritor. Baste recordar el comentario garciamarqueano ante lo que dijo un crítico alemán, en cuanto a que el gallo de:” El coronel no tiene quien le escriba”, representaba la violencia del pueblo, cuando lo que puede representar comerse un gallo fino es la extrema necesidad ante la negligencia del estado para otorgar una pensión a un viejo luchador de la patria.
Este fenómeno se puede definir con un concepto técnico dentro de la jerga literaria y es la polisemia hermenéutica – social de los imaginarios. Se dirá que primero fue el escritor que el libro pero es que el primero no lo es en tanto no ha sido homologado por el segundo, y siendo así, es bueno que aparezcan libros.
Tres condiciones indispensables para este sucederse de la edición, la intención comunicativa de quien narra o canta y el eco mental del ojo por el camino de las hormigas que hablan: las letras transmutadas en palabras y estas transfiguradas en proposiciones con ideas decantadas o no pero, al fin y al cabo oraciones, párrafos, páginas, capítulos y tratados en el libro físico como tal o en el hipertexto desde el medio cibernético. La segunda condición es la del emisor, quien propicia la idea, la historia, el asombro, la del que escudriña desde su neurosis el cúmulo de prejuicios; las aventuras de su existencia soñada, o padecida, o los supuestos desde el acontecer del otro, lo otro y los otros. La tercera condición es el usted, o el otro indomeñado, o el aventurero, o el obnubilado ante los juegos cognitivos de quien padece la vida y la bifurca en senderos de diversa índole, ese que vive la aventura desde el otro con los otros: el lector.
Y digamos que un libro, o la condición que adquiera en su nombre, es un triunfo de la memoria o extensión de la misma como lo afirmó Borges (tantas veces citado); es, en cualquier caso, una comunicación intempore, es decir, metafóricamente para hoy, para mañana y para pasado mañana.
Un libro no es la historia de un hombre, es la esencia de una huella de él con la impronta de otros. Puede ser la intensidad de momentos vividos y soñados. Por tanto, leer un libro es vivir la experiencia del otro con sentimientos distintos, en momentos diferentes y en espacios diversos por donde nos cruza ese rio del tiempo, según el griego Heráclito.
Pero el libro, como diría Vargas Vila, “Puede ser la verdad, puede ser la mentira”: ese sopesar entre lo uno o lo otro solo lo determina el olfato de un lector avezado, de un lector que sospeche, que no trague entero, que rumie como la vaca (como en otras palabras lo diría Estanislao Zuleta) y luego digiera sin eructar ni soltar flatulencias. Un lector, como lo sugería Fernando González, para la soledad, es decir, un hombre que interpretara, no desde las condiciones del otro para el otro sino para sí mismo ante los otros para todos (me perdonan, pero la filosofía me permite estos ejercicios malabaristas del lenguaje y que pueden transmutarse en narrativa poética). Y apostillo, qué bueno sería leer más filosofía.
Roland Barthes proponía la escritura como la ciencia de los goces del lenguaje y esto se puede percibir en las aulas cuando los muchachos escriben sus primeras experiencias de vida contando sus gustos, alegrías y padecimientos; se convierten en los protagonistas de su propia aventura y luego el goce de ser leídos para que sean mirados desde sus contextos, en sus propios asombros ante las vicisitudes del diario acontecer. En cuanto al escribiente adelantado, este tiene una velocidad y rutas diversas y aun así va soltando ideas desde su goce por esparcir no solo imágenes de su pasado, sino la diversidad de mundos posibles, y por supuesto, pone a volar sus propias palomas y murciélagos. (Puede que esté soltando mucho grillo cuando debieran ser libélulas).
Parodiando a Unamuno, el escritor es él y su circunstancia, de allí, se consustancia el lector; ese que pedimos a gritos en nuestras aulas. Pero ¿cómo engatusarlo para que nos acompañe en la aventura? Quizá no sé de cuántas más de mil maneras, pero en todo caso, debe ser una combinación de todas las formas de propósitos e impulsos pedagógicos.
A todas estas, se ha ido consolidando una tradición que narra y poetisa todos los recovecos, transformaciones y temperamentos de las tierras y hombres de este territorio, donde preciso, se empezó a colonizar con europeos la parte continental de América, pues ya, es sabido, estos parajes habían sido colonizados por los asiáticos, de quienes venía una tradición oralitera con sus aportes poéticos desde sus propias metáforas. Pero luego, fue el encuentro con los habitantes de otras latitudes del hemisferio, y de ese encuentro aun hoy se puede escuchar, entre las comunidades Cunas, como testimonio de ese momento transmitido de generación en generación: “El canto de las abuelas”. Pero es a partir del viejo continente que llega la escritura como hoy la conocemos, y corresponde a Gonzalo Fernández de Oviedo elaborar las crónicas que darían inicio a la descripción de los nuevos paisajes y costumbres. Digamos que entre la historia y la crónica, como herramienta básica de la primera la segunda, se ha ido cociendo una literatura que permanece en estado de hibernación, puesto que los pobladores de hoy no dan cuenta de ello, y desde las aulas poco se sabe, porque hay mucho que leer y no se sabe de lo que sucedió cuando este territorio empezó a perfilarse como hoy lo vemos y no conocemos en su origen entrañable.
Iguales características a la crónica son los textos que nos legaron Fray Pablo del Santísimo Sacramento, los de Lionel Wafer, los propios de Jairo Osorio Gómez y los cuentos crónicas de Oscar Darío Ruíz Henao.
La novela también ha sido reveladora de costumbres y vicisitudes como para elaborar un cuadro antropológico de caracterización del hombre que ha ido domeñando estas tierras, antes inhóspitas, ahora con proyecciones insondables: son sus más dignos colonos noveladores, Adel López Gómez, Tulio Bayer, Mario Escobar Velásquez, Tomás González, Joffre Peláez, Francisco Javier Echeverri Restrepo e igualmente un diario del poeta Eduardo Cote Lemus y entre nosotros, el profesor Albeiro Flórez Villa, el médico Fernando Rivillas, Liliana Tróchez, Hernando González Rodríguez y de reciente aparición, Carlos Ramón Pérez Cuesta (que es otra mirada y desde otros perfiles pero que igual narra esta tierra desde las lindes chocoanas).
Cabe decir que entre los mencionados y los no recordados, la historia irá depurando a los de mayor validez para merecer futuras lecturas, pero somos nosotros desde este presente, que debemos empezar la tarea, para desde las publicaciones municipales, con proyectos de fondos rotativos a través de los Proyectos de Acuerdo de nuestros honorables concejos, vean la luz muchos libros inéditos y sean reeditados con mayor difusión otros que han pasado de agache con ediciones limitadas.
Otro campo de la literatura es el que propiamente se radica en la historia como las monografías y estudios investigativos, donde con una loable preocupación por dejar evidencia del acontecer de estos pueblos destaco los trabajos de Fernando Keep Correa, Julio Martín Jaramillo, David Sepúlveda y los invaluables patrimonios consignados por don Luis Vélez en un trabajo que permanece inédito pero de un valor antropológico y psicosociocultural importante.
En el campo de los poemas, varios de los anteriormente citados han incursionado con igual mérito y donde tiene un especial sitial Marta Quiñones, hoy filóloga de la Universidad de Antioquia, poetisa que nos ha representado en varios festivales internacionales de poesía.
Iván Graciano Morelo es también un profesor (oriundo de Arboletes, criado en Chigorodó y ahora imparte clases en un colegio del área metropolitana de Medellín) que ha venido tejiendo una historia desde su micro revista literaria “La tagua” y quien fue invitado este año para representar a Urabá en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, en dicha ciudad. Mauricio Escobar Velásquez, un ingeniero, que igual que el tío (Mario Escobar Velásquez), va por las lindes de lo ecológico y lo existencial fragmentando y rebujando criterios hasta la conformación de una serie de haikues, configurando las estructuras del viento.
En el ámbito de los poemas y cuentos populares cabe citar a don Tomás Corpas Díaz, a Don Ismael Porto Herrera y a Oscar Danilo Barrios.
Hago mención de estos autores porque es de mi incumbencia citarlos a manera de promoción, como un deber pedagógico que ayude a incrementar nuestra cultura por el texto, desde la creación culta hasta la que anima las noches de veladas mortuorias con sus mitos y leyendas, la que aúpa la imaginación en las noches de las comunas, en sus centros barriales y la que con alegría se debe estar fomentando en los centros educativos.
Pueden perfectamente sospechar de la promoción del libro en el aula, se puede también poner en duda la creación de hábitos de lectura en el colegio, pero sí es de la incumbencia del profesor formar lectores, bueno, eso es lo que dicen unos y otros: A todo esto me pregunto ¿El hábito de la lectura se estimula en el hogar? ¿La promoción del libro en el aula y en otros espacios la están haciendo profesionales idóneos bajo qué criterios y con qué resultados? ¿El maestro que debe formar lectores, si tiene una formación integral frente a los tres estadios anteriores? ¿Cómo queremos que nuestras culturas trasciendan si no leemos ni para pasar el tiempo, si ni por asomo leemos las angustias de las riberas del río que se nos está pudriendo?
Pueden ser otras más lecturas que cada uno de ustedes puede ir pensando para decir en el momento que lo crean pertinente. Todo lo dicho puede ser borrado en el tablero y a cambio poner dos o tres grafitis con réplicas en las paredes de los baños, y si esto es posible, es porque ya existe alguien dispuesto a leerlo con reverencia e irreverencia y a pregonarlo (dicotomía enjaulada en la angustia existencial). Es posible, siempre van a existir los lectores del texto físico y otros sobre el musgo, sobre el arado y sobre la cosecha de tamarindos y de pájaros.
Menciono lo anterior por dos razones: la primera es que soy profesor de la Institución Educativa Cadena las Playas, y donde me siento a gusto con los compañeros, directivos, estudiantes, personal de otros menesteres y con la comunidad en general. La segunda es por lo del temor que muchos pregonan de la desaparición del libro como tal lo conocemos, y ante lo que no hay nada que temer, puesto que siempre la lectura va a estar presente desde la dimensión que se asuma, ya sea desde el contexto de los sentidos, ya desde el texto tradicional o bien desde el hipertexto y como suma y quintaesencia del Yo que delimita los gustos y disgustos. Cabe recordarles que la lectura tradicional funde menos ojos que la de las pantallas, cabe recordarles que cuando la tecnología falla por fusión de la planta nuclear, por el terremoto que tumba la hidroeléctrica, por la gotera que te daña el procesador y por cualquiera otra eventualidad fortuita, el libro tradicional estará allí riéndose a carcajadas cuando esté ante tus ojos, para sacarte de apremios, para tu diversión, o en el mejor de los casos para acompañarte en la soledad.
Y a todas estas como no mencionar al Taller de Escritores Urabá Escribe: aventura que emprendimos hace veintiséis años con la intensión de promover la lectura más que en la de formar escritores; Jenaro Mejía Kintana, José Debanny Marín, Albeiro Flórez Villa y quien esto dice, pequeño núcleo, que para animarnos en los momentos duros, cuando el estaño hizo que el cementerio vomitara cadáveres y se creía que se iba a necesitar construir uno más grande para que cupiera toda la ignominia posible que creíamos no se iba a estancar. Fue cuando Oswal Higuita y yo nos inventamos el Galardón Flor de Arizá, como un símbolo angustioso para parar la sangre: por su característica hemostática, por su carácter de árbol sagrado (según la tradición campesina), por la belleza de esa flor imaginada en la cabellera de Anayancy, quizá tratando de controlar con el amor a Balboa, el derrame de hematíes entre españoles y nativos ¿qué cruenta es y a sido la historia?
Entre la ingenuidad y el deseo más humanista le fuimos dando fundamento agregándolo al Taller como una actividad más para ritualizar los finales de año, con la intención de estimular la lectura y la escritura, pero también para homenajear a esas personas que desde oficios diversos, pero alejados de los grandes titulares, les hacíamos saber de su desempeño poético en los quehaceres de sus cotidianidades, tal como lo hicimos con el Fercho, un poeta del músculo y la fiesta; con el cartero más antiguo del pueblo con nombre de presidente norteamericano: Kennedy, y el fotógrafo de mayor documentación histórica de toda Urabá: Francisco Luis Barrientos, más conocido con su hipocorístico de kico. Una flor de Arizá se merece Willy, hermano de Borman Robledo, quien hoy lucha por sostener un museo en honor de ese pintor de vida de relámpago, que resucitó dinosaurios en la plaza museo Fernando Botero de nuestra capital, con maderas ya fosilizadas por el salitre, y que el Atrato había vomitado sobre las turbias aguas del golfo.
Por el Taller, igual han pasado otros poetas, los del pincel, los lienzos, bastidores y pinturas; tirando líneas, pintando, dibujando paisajes y sensaciones y entre ellos Gonzalo Moreno un hombre que se enamoró de Estatierra y fundó su Casa Taller, que hoy es algo así como un museo de singularidades en el corazón del barrio La Navarra.
Y como es usual, preguntarle a quien da testimonio sobre sus paisajes interiores (Moradas, diría Santa Teresa de Ávila) que para qué o a quién se escribe, debo responder: Lo hago para encontrarme con Dios, hablar con una virgen y retar al diablo, también para habitarme entre la soledad y el silencio, llenarme de paisajes, asombros y de sueños y vivencias que pueda transmitir a otros.
Escribo porque el paisaje se va en oleajes de los días diciéndome adiós y dejándome nostalgias; que son estas como un dolor de ayer que se quita poniendo todos los sentidos a vibrar al son de toda palabra aparecida que diga un nombre y nombre las circunstancias de un hombre y su destino.
Escribo, porque de literatura están hechos todos los libros sagrados, las grandes hazañas, los absurdos y las historias menudas como la de la niña que pela una cebolla y estornuda. Lo hago, porque la escritura es el producto de múltiples lecturas del cosmos; porque en ella está la risa, el goce, el llanto, la mudez y el grito, porque somos seres en construcción humanística en una democracia de delirios. Y también para recordar los grandes taguales por donde se paseo el jaguar, el oso congo, la danta, los tucanes, la vocinglería de los loros y las guacamayas, y un universo de vida que ya no existe en donde hoy cabe este pueblo.
Escribo para desaparecer en una página y reaparecer en otra; para esfumarme como pájaro entre el follaje espeso de cativos, abarcos, choibaes, brasiletes y reaparecer como hoja de caléndula; para alumbrar como flor de calaguala en noche oscura inmensa de perfumes y desaparecer como gota de rocío en pico de pájaro carpintero; porque me creo y me olvido. Y puesto que somos el espíritu de la materia con conciencia de sí y de todo el universo, digamos con Holderlin: “La vida es la tarea del hombre en este mundo…”. Verso y proso, hoy, mayo del dos mil once. ¡Gracias¡